Excelente semblanza sobre el entrenador ideal (escrita por J. Valdano hace 20 años).
de Imanol Ibarrondo Garay, el Sábado, 19 de febrero de 2011 a las 10:28
Es delicado, para un discípulo, hablar de sus maestros. No resulta fácil enjuiciar a quienes formaron mi juicio. Lo haré, sin embargo, con la tranquilidad de saber que nadie es capaz de emitir un diagnóstico más preciso sobre un profesor que sus propios alumnos y yo he sido alumno atento en España y en Argentina, en primera y en segunda división.
Lo que diga aquí es el producto honesto de esa aplicación. Serán conclusiones discutibles, pero mías, fruto de observaciones propias y bien intencionadas. El camino del entrenador posiblemente lo recorra algún día para poder seguir entrenándome, desde otra trinchera, a la pasión de mi vida. Pero no estoy aquí para mirar hacia delante sino hacia atrás.... Y atrás vi a entrenadores que tocaban las cabezas afligidas de sus jugadores en tardes de derrotas y a entrenadores que en otras tardes de derrotas le giraban la cabeza a sus jugadores. Me quedé con los primeros: con los que utilizaban el cariño; y desprecié a los segundos, a los que usaban el miedo.
Vi a entrenadores que ante periodistas ávidos, defendían a sus jugadores y a entrenadores que, en parecidas circunstancias, denunciaban a sus jugadores. Agradecí al que me ayudó y me repugnó el delator. Vi a un entrenador que descorchaba champagne en el triunfo y a otro que triunfaba sin ruido y sin sed. Me gustó más el prudente. Vi entrenar a las seis de la mañana y vi también, suspender un entrenamiento porque había muchos mosquitos. Uno pensaba que el fútbol era sólo sacrificio y el otro pensaba que sólo era placer. Cumplí las dos órdenes pero no me gustaron ninguna de las dos. Vi a entrenadores estudiosos que trasladaban recetas y a entrenadores estudiosos que inventaban recetas. Elegí a los que creaban. Vi entrenadores que no tenían recetas, ni imaginaban, ni estudiaban y tuve la sensación de estar perdiendo el tiempo. Vi a entrenadores preparados, sensibles, apasionados y gracias a ellos creo en el futuro de esa profesión.
Yo he confiado siempre en el hombre, en sus virtudes, en sus aspectos positivos y, por extensión, creo en los entrenadores que son capaces de elevar los mejores valores de sus dirigidos, ayudándoles a amar lo que hacen.
Un entrenador de futbolistas que no repare en la complejidad de los hombres a los que enseña, organiza y dirige será un entrenador incompleto. Este fundamento se dimensionará si se tienen a cargo a jóvenes jugadores en período formativo que se acercan al fútbol por el placer de jugar. El compromiso que se asume ante esos niños con pretensiones adultas es mayor, porque nuestro deporte significa, para ellos, una opción sana frente a las propuestas enfermizas de la sociedad actual (alcohol, droga, delincuencia). El fútbol, a esa edad, es materia placentera que consciente o inconscientemente, los ayudará a desarrollar el sentido de la libertad, de la responsabilidad y del esfuerzo. El que sepa entender la magnitud docente de su función, entenderá que el fútbol es un vehículo de refinamiento cultural tan bueno como cualquier otro, digan lo que digan aquellos que lo desprecian porque no lo conocen, que lo subestiman porque no lo entienden.
Tampoco en el profesionalismo la materia debe ser ardua, hay que adecuarla, sencillamente, al nivel de las máximas dificultades .El que vive de esta ilusión debe pagar, con respeto, tributos incómodos pero, si no es un mercenario, seguirá asociando el fútbol a la diversión, a la alegría y al buen gusto. Como jugador reivindico el placer de jugar y defenderé siempre a los entrenadores que luchan por rescatar la belleza olvidada del fútbol.
No alcanza con el instinto y con las dotes de observación para improvisar. Quien más información tenga, hay que insistir, más recursos opondrá a las dificultades y más cimientos pondrá a su imaginación. Cada equipo es algo único, es algo nuevo y no es con fórmulas heredadas como hay que enfrentarse a ellas, sino creando. Seguir modas tácticas es una equivocación peligrosa. Entrenadores estudiosos deben estar al tanto de los progresos del juego para rescatar elementos aprovechables, pero será una torpeza pretender imitar a la selección argentina sin tener un Maradona o emular a Santos de Pelé sin Pelé. Primero serán los jugadores y luego las tácticas. Es improbable que con una partitura en la mano reciban un talón en blanco para salir en busca de los intérpretes precisos. Lo normal es no encontrarse con una orquesta y tener que elegir el repertorio de acuerdo a las condiciones de los músicos. Así y todo Mozart sonará siempre a Mozart, independientemente de quién lo ejecute. Los grandes entrenadores son dueños de un estilo y terminan fijando su aire personal. Es grande quien defiende convicciones desechando opiniones periodísticas, partidistas o directrices.
Al conductor de un equipo le llegan, desde fuera, rumores a veces interesados y casi siempre parciales porque germinan en el desconocimiento. La función de un profesional de la dirección técnica no admite interferencias porque ustedes son los máximos responsables, son los únicos especialistas y son quienes mayores elementos de juicio tienen sobre los valores reales de una plantilla. Siendo así, parece una contradicción tener que ganarse el respeto y el reconocimiento frente a los máximos poderes de decisión de una institución. Contradicción o no, las cosas suelen ser así y la independencia deberán defenderla ustedes con valentía, si no quieren ver devaluadas sus atribuciones.
Los consejos, que nunca sobrán, deberán buscarlos en ayudantes que respalden sus proyectos futbolísticos hasta sus últimas consecuencias. El futuro deportivo deben jugárselo juntos el primer entrenador, el segundo entrenador y el preparador físico. Si las personas que os rodean no creen en vuestros medios serán una mala compañía para conseguir los fines. Un entrenador debe tener a su propia gente, de lo contrario, tarde o temprano se sentirá sólo y, lo que es peor aún, se irá sólo. Es injusto que, si la gloria es de todos, el fracaso deje un solo cadáver. Los auxiliares de un entrenador tienen que compartir su idea y también su suerte. Si un equipo de preparadores se quiebra por problemas esenciales, el camino digno de un colaborador es el de la dimisión, y el indigno el de la conspiración. Hay un tercero, elegido por eternos segundos: el de estar permanentemente en el medio del río sin elegir ni una ni otra orilla, sin comprometerse, haciendo las cosas con el único afán de durar. Entre una idea y el sueldo se quedan con el sueldo y traicionan al dueño de la idea. Están de acuerdo con todo. Son especialistas en decir que sí.
Vi también grupos que compartían una misma sensibilidad y trabajaban con la armonía de un ballet; entendí la tranquilidad que da esa confianza, la adopté como modelo inolvidable y lo cuento por si sirve.
Lo heroico de la tarea de un entrenador es que una cultura cimentada en la competitividad y el exitismo los ha convertido en las víctimas favoritas del fútbol. Dicen que “la verdad nada tiene que ver con el número”, pero en este fútbol no hay más referencia que la de la eficacia porque no hay más meta que la de sumar puntos. Lo cierto es que ustedes pueden ser sabios maestros, trabajadores incansables, tácticamente astutos, conocedores de los secretos psicopedagógicos, inteligentes, respetuosos, capaces relaciones públicas, y van a seguir dependiendo de sus resultados. Detrás de la ingenuidad aparente de este deporte se esconden múltiples intereses políticos y los entrenadores suelen estar en medio de todas las tormentas. Por duras que sean las condiciones, la obligación de un entrenador es trabajar con método, pasión y sensibilidad. La elección es ética: se puede trampear o ser honesto en ésta o en cualquier otra profesión. Hacer las cosas bien tendrá la belleza de lo verdadero, de lo auténtico. “Hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”, nos dejó Machado.
Ustedes están sometidos, como nadie, a los incómodos vaivenes del éxito y el fracaso, y obligados, más que nadie, a mantener una conducta sensata. Un medio caracterizado por la velocidad, por la urgencia y por la falta de paciencia, no parece el más adecuado para ejercer un trabajo que requiere reflexión. Es como pedirle a un equilibrista que tome decisiones mientras camina por encima de la cuerda. Ni siquiera en los momentos más difíciles se pueden dar el lujo de enfadarse, de ofuscarse o de emocionarse. Recuerdo, para ilustrar la idea, el segundo gol de Argentina contra Alemania en el partido final de México 86. El equipo entero volcado en el festejo y Bilardo pidiéndonos por favor que no nos volviéramos locos, recomendándonos concentración y dándonos instrucciones en medio del alborozo. Era el momento más esperado de su vida pero hasta el término de los noventa minutos tenía prohibido perder la frialdad. Dicho así, no parece que la profesión de entrenador sea muy recomendable. Los dejo, para animarlos, con la imagen de un Bilardo ganador disfrutando el final feliz de la historia. Ocurre que ustedes están ubicados en el vértice de la cascada de responsabilidades y, desde ahí arriba, se convierten en transmisores de estados de ánimo. Del comportamiento de un entrenador emergen ejemplos: sus euforias, euforizan; sus tristezas, entristecen; sus confusiones, confunden. Esa es la razón de la importancia de un proceder equilibrado y predecible.Lo contrario da como resultado jugadores desconcertados. La tranquilidad, que todos buscan, es privilegio de ganadores. El que gana un partido, gana puntos, dinero, prestigio y gana, además, tiempo para transitar sin angustias ni presiones.Vivimos de los resultados y no vale quejarse, porque entrenadores y jugadores hemos fomentado el actual estado de las cosas. El fútbol es nuestro próspero negocio y en el mundo de los negocios mandan los números. ¿Quién duda de que ganar es lo más importante? Jugamos para eso. Nadie juega para perder. Pero hay que preguntarse si en esa búsqueda desesperada por el triunfo no se nos ha caído el aprecio a la belleza, el valor de la honestidad y es posible que hasta el sentido común.
En los periódicos y sin entenderlo, leo a quien dice: “ hay que ganar como sea” o esto otro, que ya es moda: “hay que ganar por lo civil o por lo criminal”. Debe ser normal porque no se ruboriza el que habla ni se escandaliza el que mira. Esas frases están muy bien para una taberna pero en los medios de comunicación hacen escuela de dudosa ética. Se empieza divulgando lo chabacano, lo vulgar, lo simple en el peor sentido y los menos preparados terminan reclamándolo. Entonces, no valen lamentos.
Algo parecido pasa con la violencia. Si entrenadores y jugadores queremos, desaparecerá mañana y, si no queremos, sufrirán los huesos, los ligamentos y el espectáculo, y seguiremos diciendo, convencidos, que la culpa, la tienen los árbitros. De todos es la culpa y es tarea de todos regresar de esos extravíos. Los árbitros son a los violentos, lo que la policía a los delincuentes. Los indiferentes, en este lamentable cuento, serían cómplices.
Caminamos juntos ustedes y nosotros, y somos socios de las grandes y las pequeñas cosas. Cada uno desde sus propias obligaciones pero emparentados por el mismo objetivo. Ustedes son generales y nosotros soldados, ustedes mandan y nosotros obedecemos, ustedes son los dueños de la brújula y nos señalan el rumbo. Hay entrenadores que apelan al castigo y los hay que apelan a la razón. Si un jugador pregunta “¿por qué?”, no se le puede contestar “porque lo digo yo”. Es con argumentos como hay que persuadir y no con órdenes. Quien hace las cosas convencido de su utilidad responderá mejor que quien las hace porque sí. Si ustedes consideran a los futbolistas sólo como trabajadores, los futbolistas los considerarán sólo como capataces; el trato será frío y el producto, posiblemente también. Quien sepa comprometer al jugador con ideas plenas y atractivas, logrará que el aprecio de sus dirigidos trepe hasta otros planos y el producto de esa relación tendrá el calor de lo noble. A lo largo de una temporada ustedes deben ser amigos hasta de los jugadores menos recomendables. Es necesario contar con lo que no se puede reprimir. No sólo por amor se casa la gente, también hay matrimonios de conveniencia. Un célebre entrenador me dijo un día: “durante diez meses manda el jugador pero en los dos últimos meses mando yo”. Él se reservaba el tiempo de vacaciones para hacer valer su autoridad extendiendo bajas.Tolerante y hasta obediente durante el campeonato pero drástico al final porque le asiste el derecho a quedarse con lo que más conviene a la salud del equipo de acuerdo a su particular criterio. Aún en plena competición hay que ser cariñoso con medida para que no les ocurra lo que a un amigo mío, que motivaba a sus jugadores otorgándoles, en voz baja, la categoría de indiscutibles. La respuesta fue tan buena que se entusiasmó y un día se encontró con catorce “indiscutibles”. Tres “indiscutibles” se encontraron en el banquillo con motivos para sentirse enfadados. Ustedes se la juegan con hombres y a los hombres se les habla claro. Entiendo que es difícil porque el jugador sufre la suplencia como una humillación y su orgullo busca un culpable. Los elegidos, una vez más, son los entrenadores. Es un trabajo ingrato el de elegir once donde hay ventidós; la mitad de la familia queda dolorida. Acérquenle la oreja a los más afectados porque el diálogo es el único calmante eficaz.
El jugador merece, de entrada, la presunción de inocencia. Premiados con dinero grande y abrazos fáciles, a una edad en que no sabemos asumir responsablemente tanta “importancia”, nuestros defectos son los propios de los hijos malcriados. Nada que no pueda corregir la palabra amiga de un guía experto. No es verdad aquello de que “el mejor jugador es el último en engañarte”. Pensar eso significa relacionarse con una desconfianza inicial que termina siendo mutua. Somos buena gente, otórguennos su confianza como germen de un vínculo fecundo. Sólo al alcance de grandes grupos están los grandes propósitos. Un equipo anímicamente resistente, para soportar, unido, las agresiones; valiente, para avanzar, unido, agrediendo; honesto para reconocer errores y responsable para corregirlos, siempre unido, será un equipo de voluntad indestructible. No tendrá seguro de triunfo, pero tampoco dependerá sólo de él. Esa armonía también la gobiernan ustedes administrando órdenes, justicia e ilusiones. No bajen nunca la guardia, no duden, estén siempre alerta porque el jugador observa y examina con más rigor que nadie. El que manda tiene esas servidumbres.
De las tácticas voy a decir lo que Kipling de los versos:”hay 99 modos de escribirlos y cada uno de ellos es justo”. La meta es ganar y cada entrenador querrá lograrlo de acuerdo al tipo de persona que es. El conservador, defenderá; el valiente, atacará; el que tiene un compromiso estético, pretenderá belleza; quien crea “sólo” en la efectividad querrá tres puntos y nada más; el generoso pensará en el público; el inmoral en trampear y todos, absolutamente todos, dependerán de la categoría de los jugadores. Si personalizamos la transformación del juego desde que era una manifestación espontánea, despreocupada y desordenada hasta el producto que es actualmente la figura del entrenador, ocupará el centro de la escena. Nuevos tiempos llegaron con nuevos logros y nuevas pérdidas y el fútbol, que no fue ajeno a esta evolución, cosechó ciencias y vicios con manos de entrenador. Ustedes recogieron el dictado de la sociedad, fijaron ideas, organizaron, abrieron de par en par las puertas de la preparación física y entreabrieron las de la psicología; fueron, en definitiva, artífices de cambios fundamentales que tuvieron proyección táctica y estratégica. Racionalizaron el juego, no hay quien lo dude, pero les cabe el reproche de haber puesto más empeño en defender que en atacar. Como si a la historia universal de los entrenadores le hubieran faltado personajes atrevidos. Los porteros, me parece, tienen más razones para estarles agradecidos, que los delanteros. Empujar corresponde al oficio del entrenador tanto como sujetar. Sujeten ustedes y empujen sin saltar las fronteras reglamentarias. Dentro del reglamento todo es docencia; fuera del reglamento nada es decencia. Es función del entrenador ayudar a que el futbolista entre a una cancha en las mejores condiciones anímicas y físicas. Podrán, en la semana, mejorar al jugador y al equipo, adiestrándolo, podrán, si lo desean, prever en las pizarras las intenciones enemigas y dibujar los mejores deseos futbolísticos, podrán trazar, en líneas generales, un orden de partida, pero no podrán abarcar nunca las posibilidades laberínticas de este juego. Sobre una cancha la influencia de un entrenador no podrá nunca ser mayor que la de los jugadores. La selección argentina llegó al mundial de México con chichones en la cabeza de tanto ensayar corners defensivos. Parecía, que de corners, no se nos podía hacer un gol. En la final, y de corner, nos metieron dos. Es sólo una observación anecdótica que sirve para concluir, que en fútbol, hasta lo simple es complicado, y que mientras sean hombres los que jueguen no habrá dos jugadas iguales. Esto le da grandeza al fútbol y no niega, sino que contribuye a engrandecer el difícil trabajo de entrenador.
Me voy homenajeando a aquel entrenador pueblerino que nos vestía de jugadores serios con su sueldo humilde y nos guiaba con la fuerza de su amor por el fútbol y por los niños. Fue el primero y no lo olvido. Homenajeando, también, a aquel entrenador que, en juveniles, me pedía sudor, me exigía buenas notas y me sugería diversión futbolística responsable. Fue clave en mi vida y lo respeto. Homenajeando, por último, a aquel entrenador con quien tuve la suerte de ganar aprendiendo y de completar la lección, cuando, tiempo después, tuve la suerte de perder aprendiendo. Fue importante y lo admiro. Los tres fueron buenos maestros y ante los maestros me rindo